Que el tiempo no espera a nadie es algo que aprendí hace unos años. Que pasa veloz, presto, raudo. Que cuando quieres darte cuenta del "hoy" ya es "ayer". Que aunque detengas las agujas del reloj, los minutos marcharán libres. Y te paras a meditar sobre todos estos años. Entonces, en tu cabeza se reproduce esa película en blanco y negro de tu vida. Quiénes estuvieron, quiénes desaparecieron, quiénes están, quiénes aparecerán... Momentos, sonrisas, lágrimas, fiestas, salidas, excursiones, cumpleaños, tantos recuerdos que ocupan un rinconcito de tu mente. Las personas que jugaron un papel en esta historia. Personas que vienen y van, y lo único certero es que tú eres la única que permanecerá. Lo demás es una gran incertidumbre [¿?]. Por eso, antes que a nadie, tienes que quererte a ti misma. Nunca lo olvides.
Durante la adolescencia abusamos de lo imposible, del nunca, del siempre, del fracaso, del éxito y de lo eterno. Y es que cuando somos jóvenes es cuando se vive intensamente. Cuando un día puedes contra todo y nada te parece imposible, y otro puede que dudes de hasta tu nombre. Es cuando crees que el siempre existe y el nunca también. Es cuando más errores cometes pero cuando más aprendes. Puede que nos pasemos de superficiales, pero al menos nosotros sabemos lo que es vivir, sabemos coger un momento y hacerlo inolvidable, sabemos vivir nuestra vida como si cada instante fuera el último pero al mismo tiempo fuéramos a vivir para siempre. Porque por mucho que digan, hacerse adulto solo sirve para aparentar, para hacernos más cobardes y para querer complicarlo todo.La vida es solo para ser feliz, que solo hay una que aun por encima se nos hace corta a todos. Que hay que vivir, disfrutar, cambiar lo que no nos gusta por lo que si sin reparar en apariencias, sin complicarse, sin temer al cambio. Porque dicen que de esta vida no nos llevamos nada cuando morimos, pero no quiero pasar mis últimos momentos arrepintiéndome de mis decisiones ni de como he vivido mi vida.
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